Dado que nadie está excluido de invocar a Dios, la puerta de la salvación está abierta a todos. No hay nada que nos impida entrar por ella, sino sólo nuestra propia incredulidad.
¿Qué es lo que estamos amando o anhelando? ¿Qué tanto tenemos que examinar nuestros caminos e intenciones? ¿Cómo podemos saber que nos hemos desviado espiritualmente?