Alabar a Dios es uno de los actos más sublimes y puros de la religión. En la oración actuamos como hombres; en alabanza actuamos como ángeles.
¿Tiene que seguir un cristiano esforzándose por entrar al descanso de Dios? ¿Son nuestras prioridades en este mundo un reflejo de entrar en ese descanso? ¿Quién nos puede dar ese descanso?
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