Dado que nadie está excluido de invocar a Dios, la puerta de la salvación está abierta a todos. No hay nada que nos impida entrar por ella, sino sólo nuestra propia incredulidad.
Como cristianos, no debemos ser ignorantes del pecado que vive dentro de nosotros por lo tanto no debemos alimentarlo sino matarlo, no jugar con el sino mortificarlo.